Transformada
Dios ha dicho en Su palabra, “Y os restituiré los años que se comió la oruga”. (Joel 2:25)
Yo nací y fuí criada en Long Island y soy de descendencia Alemana. Crecí en un hogar “religioso” y asistí a una iglesia Bautista desde la infancia hasta los 17 años. Me alejé de Dios y dejé la iglesia porque lo que experimentaba en el hogar estaba en desacuerdo con lo que yo oía y leía en la Biblia. Crecí en un hogar legalista por lo cual interpreté el ser cristiano como alguien que tiene que seguir las reglas. Yo quería libertad y felicidad y pensé que el mundo las podía ofrecer.
Fuí abusada sexualmente en varias ocasiones por mi abuelo desde que tenía cerca de los 5 años, y esto continuó por parte de un joven vecino hasta la edad de 12 años. Odiaba esto con mi abuelo pero me gustaba con el vecino. Yo lo interpreté como una atención positiva y aceptación de un hombre. Yo era castigada con palizas en mi hogar y con frecuencia me hacían sentir mal por las cosas que yo pensaba, decía o sentía. Rara vez recibía estímulo, atención con amor apropiado, o los cuidados que una niña necesita. Yo me sentía muy herida y me volví furiosa y rebelde.
Mi madre era fácil de llevar y alguien agradable con quien estar, como una compañera de juegos. Nos entendíamos mejor como amigas que como madre e hija. Lo que yo quería de niña era una madre que me criara pero, por problemas que ella no había resuelto en su vida, estaba limitada. Yo sentía que ella no se prestaba para ser admirada por mí o para tener un apoyo.
Cuando ella trataba de manifestarse como madre o de abrazarme yo la rechazaba, temblaba o la empujaba de mi lado. “¡Es demasiado tarde ahora!,” yo pensaba, “Te necesitaba cuando era joven.” Entonces, por mi reacción impía rechacé el amor de mi madre y no pude recibir lo que ella hubiera podido darme. Yo estaba ofendida por su afecto y sentía que era falso. Yo me enojé porque parecía que ella era la niña y yo era su madre la que debía asegurarse de que ella estuviera bien. Con el tiempo tomé la posición del esposo emocional de mi madre.
Mi padre era el proveedor; él era responsable y tenía una buena moral. Él era resuelto y firme en sus creencias. Era un hombre que se comprometía, especialmente con sus hijos y en la forma que debían ser criados, pero era estricto y tenía dificultad en expresar sus sentimientos. No pude obtener su afirmación y dejé de tratar. Yo sentía que no podía hacer nada bien y tampoco podía llenar sus expectativas.
Yo decidí que si no podía lograr su atención en forma positiva entonces podía lograr su atención rebelándome y metiéndome en problemas. Siempre me gritaban o pegaban por ser “mala”, pero para mí era la forma de hacerme sentir, “Hola Papá, no ves que simplemente quiero que me aceptes y me demuestres amor, y entre menos lo hagas más rebelde voy a ser.” Nos irritábamos el uno al otro y cuando yo lo disgustaba mucho el decía “¡Puedes haber ganado la batalla esta vez pero yo voy a ganar la guerra!”
Yo enfrentaba nuestros encuentros como una guerra y ni yo ni él la iba a perder. Yo veía a mi padre como el enemigo. Esto reforzó los rasgos masculinos que yo había tomado para ser la más fuerte y “mala”. Me decían que yo era mala y que no usaba mi cabeza, entonces me convertí en la peor niña y no usaba mi mente solamente para estar en contra de mi padre – sino para lastimarme. Uno de los síndromes que adquirí para lograr atención y establecer auto-valoración fué ser la mejor o ser la peor. Yo ahora asociaba el sexo, ser negativa, y rebelde con el amor, la aceptación y la atención.
Yo sobreviví el dolor físico y las heridas emocionales colocando una barrera y no permitiendo sentir lo que una niña normalmente sentiría. Yo no iba a quedar bajo su poder y dejarlo pensar que él podía herirme. Entonces, yo prometí impíamente que no dejaría a mi padre ni a nadie herirme nunca más. Esta promesa formó la barrera que yo pensé me protejería de ser lastimada.
Detuve el dolor inmediato pero a medida que crecía este patrón de supervivencia de la infancia me separó de relacionarme verdaderamente con Dios y otros, y me mantuvo alejada de quien yo realmente era. Poner barreras me ocasionó guardar más odio y rabia dentro de mí, además del rechazo. Era como un tanque de combustible. Si alguien se interponía yo me encendía y explotaba con malas palabras, lo que con frecuencia terminaba en pelea de puños.
Aunque yo lloraba sola en las noches por las heridas y los rechazos, yo continuaba con mi actitud pecaminosa. Cuando yo renuncié y rompí con esta promesa, el odio y el dolor suprimidos desde la infancia subieron como una inundación. Trabajé esas viejas emociones y hoy en día en lugar de las emociones impías mezcladas con el resentimiento, siento un profundo amor por mi padre. Puedo amar mi padre terrenal y recibir su verdadero amor aunque él no vive. Este es un regalo invaluable que el Señor me ha dado.
Yo me rebelé contra Dios, tanto como lo hice con mi padre. Yo pensé que él era rápido en decirme mis errores y en castigarme. Algunas veces cuando yo pecaba, yo literalmente me agachaba. Yo me relacionaba con Dios en la forma en que me relacionaba con mi padre.
Yo era un marimacho. Yo era buena en deportes y prefería trabajar en el jardín en lugar de cocinar o limpiar la casa. No me gustaba usar vestidos o jugar con muñecas. En cambio yo jugaba en la tierra con carros y construía casas en los árboles. Me sentía mejor “siendo un muchacho”, jugando con los muchachos y golpeándolos. No me gustaban las cosas de “niñas” o jugar con las niñas. Yo rechazaba ser una niña porque esto significaba para mí ser débil y ser lastimada por los hombres. Ser un varón significaba que tenía control en la vida y sobre las mujeres.
Mi primer recuerdo de niña era confuso. Yo estaba jugando en la calle esperando mi major amiga que viniera del kindergarten. Era un dia caluroso entonces yo hice lo que generalmente hacía: jugar sin camisa. “Tu sabes que eres una niña, deberias tener puesra una blusa!” me gritó uno de mis comapñeros de juego. “Las niñas se ponen camisar y los niños uno confundida dí vuelta pensando, “¿Que? Yo no quiero vestir una blusa y no quiero ser una niña tampoco. Quiero ser un niño.”
Me entristecí cuando las luces se prendieron ese dia y la fuerte realidad cayó sobre mi como noticias de primera plana. “Susan es una niña!” Me sentía atrapada dentro de mi cuerpo y luchaba con pensamientos de haber nacido con el sexo equivocado. Durante toda mi niñez tuve confusions mentales y emocionales en este aspecto particular acerca de la confusion del género (transgenero). No podia resistir el tormento de vivir en el marco físico en que había nacido. En muchas ocasiones
Creyendo estas mentiras a través de los años, más tarde odié tanto ser una mujer que tenía fantasías muchas veces acerca de ser un hombre y complaciendo a una mujer sexualmente. En la fantasía podía tratar a la mujer con amor, compasión y suavidad. Yo la podia agradar en la forma que yo nunca lo fuí. Yo me entregé a este pervertido, enfermo y torcido pensamiento porque yo tenía una identidad muy confusa y por añadidura mi reacción impía de ser maltratada por los hombres.
Yo mojé la cama inclusive hasta la edad adulta. Yo era reprochada y me metía en problemas por ello. A la edad de doce años me hacían usar pañales y pantalones de plástico. Con frecuencia me llamaban “cama orinada” y me llamaban “muchacho”. Todo lo que yo sé, es que era humillada y me sentía despojada de lo más íntimo de mi ser por cosas que yo no podía controlar tales como mojarme en la cama y ser una niña.
Yo rechazaba mi cuerpo y género hasta al punto de una incontrolable frustración física que me apoderaba. Quería quitar mis partes femeninas y simplemente salir de este cuerpo en el que me sentía atrapada. Por consiguiente, permití la entrada de un poder diabólico dentro de mi cuerpo. Logré una forma de escapar de alguna manera dejando mi cuerpo, sin embargo continuaba atada a él, entrando a un sitio carnal enrojecido por veinte a cuarenta minutos hasta cuando el demonio me dejaba regresar a mi cuerpo.
No importaba que no pudiera salir porque yo me escapaba allí de la frustración física. Hoy en día sé que era diabólico y he sido librada de ella. Yo tenía que renunciar en ir al refugio de Satanás en oposición al lugar de consuelo de Dios, Su refugio. Escojí aceptar mi género en lugar de despreciarlo. Tuve que oponerme a la mentira que era mejor ser hombre que mujer y que ser mujer significaba ser incapaz y débil. Yo escojí creer la verdad de Dios. Yo fuí creada para ser una mujer santa de Dios con un propósito específico. Hoy no solamente camino en mi nueva identidad sino que también gozo siendo una mujer de Dios. Es una gran libertad no tener un concepto distorsionado de mi misma ni vivir con la antigua identidad impía.
Alrededor de los doce años empecé a fumar cigarrillos. El fumar cigarrillos fué la adicción más difícil de romper porque estaba bien arraigada. Por esto era que me metía en problemas con frecuencia con mí padre. Yo pensé que podía vengarme de mi padre fumando más y maldeciéndolo cuando fumaba. Fué una gran conección impía con mi padre a travéz de la rebeldía. También me la pasaba con mi madre hablando, fumando cigarrillos y mariguana. Esta fué una relación falsa con mi madre.
Yo también fumaba cigarrillos para sentirme unida a mi madre. Los cigarrillos calmaban ese lugar en mí donde yo sentía que era despojada de mí dignidad y era el objeto del ridículo. Yo intenté cientos de veces de dejar de fumar. El último factor que logré alcanzar fué no cerrar mi mente a las consecuencias de continuar fumando. A medida que pecaba y me rebelaba contra mi padre terrenal y cerraba mi mente al problema y a las palizas que recibía, también hice lo mismo con Dios y las repercusiones con los cigarrillos y otro pecado. Cuando rompí con este patrón pude dejar de fumar. ¡Alabemos a Dios!
En nuestro hogar traté de protejer a mi hermana y a dos hermanos menores de la frustración y del dolor que nos rodeaba. Yo impedí sus dolores y problemas porque pensé que era demasiado para que ellos soportaran. Yo sentía que debía cuidarlos emocionalmente y que mis padres se interponían. Por esto, me crié por encima de mi padre y madre y me convertí también en el padre de toda la familia. La presión y responsabilidad que me impuse fué muy grande.
Yo no pude evitar las experiencias traumáticas que tuve, como tampoco el dolor que me fué inflijido por el pecado de otros. Eso no es lo que causa problemas emocionales o mentales y adicciones. Mi reacción impía al dolor y al trauma en mi vida era mi responsabilidad.
Este fué mi pecado que puso en marcha la trayectoria a mi vida y a aquella confusión de emociones que distorcionaron e impusieron mis pensamientos, una falsa percepción de lo que yo era, de lo que era Dios, y por consiguiente mi comportamiento. Yo creía lo que me decían mis emociones las dejaba guiarme y controlarme. Ellas decían, “Tu eres una niña mala, una perdedora, tú no tienes esperanza, no confíes en nadie, especialmente en los hombres. Quién te va a querer si de todas maneras, no eres lo suficientemente buena”. Estas mentiras parecían más verdad que la verdad de Dios.
Yo cambié la verdad de Dios por mentiras que eran basadas en mis emociones y en experiencias impías. Esto era como un círculo vicioso de profundos dolores y emociones escendidas con una fuerza, que no podía detenerse no importaba qué tanto yo luchara contra ella.
Esto creció cada vez más fuerte a medida que yo le daba paso al pecado. Esta es una clase de pecado complejo y compulsivo con sus facetas enredadas que me encaminaban a un pecado más profundo y derecho al mundo de las adicciones. Empezé a buscar algo o cualquiera que adormeciere mis sentimientos y borrase la confusión en mi mente. En mi interior yo era sensible, una pequeña niña herida cubierta de una dura fachada que gritaba a la sociedad “no se metan conmigo”, y nadie lo hizo, excepto Satanás.
A causa de todo esto, durante los siguientes catorce años, las drogas, el alcohol, la dependencia emocional y la entrega a las relaciones sexuales fueron mis amigos más cercanos. Sin saberlo creé una inmensa pila de intensas emociones impías y dolor los cuales reprimía. Esto le permitió a Satanás la entrada para fortalecer los poderes demoníacos y opresiones especialmente en mi mente. Yo, o pensaba profundamente o mentalmente daba vueltas y terminaba en lo irreal.
A medida que continué esta existencia caótica, yo me sentí más frustrada, confundida, con miedo y disgustada; yo sabía que yo no era normal. Por un tiempo yo pensé que era retardada mental. Yo llegué a la conclusión de que yo estaba atrapada y de que mí condición era terminal. Siendo la luchadora que era, rendirme significaba no solamente perder la guerra contra todo en la vida pero también significaba que yo era totalmente un cero a la izquierda. Yo llegué a ese punto. Yo recuerdo diciendo antes de los veinte años, “Me rindo, usted gana.” Dejé de intentar.
Muy pronto perdí contacto con la realidad, teniendo alucinaciones con cosas religiosas. Perdí la memoria por una semana, mi mente se desajustó, y yo me volví violenta y ahora incontrolable. Me dió pánico. A los diecinueve años tuve mi primera crisis nerviosa.
Durante los meses de cuatro diferentes hospitalizaciones en los pabellones con rejas, yo estuve inmovilizada con camisa de fuerza y amarrada a la cama por un par de días. Tuve muchos ataques agresivos y arranques de furia. Yo recibía dosis de medicinas que me volvían como una autómata. Yo me mantenía con mucha ira o deprimida y llorando. Cuando me estabilizaban, me daban de alta.
Luego me volví muy atraida a mi terapista mujer. Aunque deseaba ser amada por un hombre, yo estaba igual de desperada de ser amada por una mujer. Yo fuí criada en el conocimiento de Dios, y la Biblia decía que la homosexualidad era un pecado. Entonces yo guardé estos sentimientos lesbianos dentro de mí la mayor parte de mi vida sin tomar acción física. Yo también trataba de suprimir estos deseos y sentimientos en un esfuerzo por desconectarme de ellos.
Me casé a los veintiun años y volví a caer en las drogas, el alcohol y en la adicción de las relaciones emocionales y sexuales con hombres mayores que yo. Me divorcié de mi esposo dos años más tarde y por no resolver a fondo mis problemas volví a caer en el antigüo patrón. A los veinticuatro años estaba otra vez totalmente desesperada.
Decidí arrepentirme y entregar mi vida a Dios como había tratado unas pocas semanas antes de mi primera crisis nerviosa. Yo dejé todas las adicciones y comportamientos pecaminosos y de nuevo unas semanas más tarde tuve una segunda crisis nerviosa. Unos meses más tarde tuve la tercera y luego la cuarta.
Yo tenía muchos conflictos dentro de mí los cuales contribuyeron a las crisis nerviosas: siendo la mejor o la peor, ganando o perdiendo, niña contra muchacho, dentro del cuerpo o queriendo salir de él, con una mente intensa o bloqueándola, y viviendo completamente para Dios o en una profunda rebeldia en contra de Dios. Los choques espirituales entre los dos reinos del cielo y del infierno eran grandes.
Agotando todas las vías de escape en la vida, yo continuaba con un conocimiento de Dios y Él era mi última esperanza. A la edad de los veintiseis años en julio de 1987, después de recuperarme de las tres últimas crisis nerviosas, yo de todo corazón le pedí a Jesús que entrara en mi vida y que me salvara de mi vida de confusión. Yo Le dije que yo no quería religión sino que quería a Jesús. Yo no quería el concepto legalista y torcido de Dios. Yo no lo limitaría como lo hice en el pasado y sería receptiva a lo que Jesús dispusiera en mi vida.
El año siguiente recibí muchas enseñanzas de la palabra de Dios y yo empecé una relación personal con mi Salvador. Sin embargo, no podía dejar de tomar o ser dependiente de las personas, aunque yo estaba comprometida con Jesús. Aunque recibí amor y comprensión de mi pastor asistente, él estaba limitado para ayudarme con mis adicciones y con la complejidad de mis problemas emocionales.
El me dió el nombre de una misionera que ayuda a las personas con adicciones a las drogas y al alcohol. A través de ella yo aprendí que mis problemas no tenían una raíz de enfermedad mental de lo que fuí tratada por nueve años con terapia. El problema venía de las emociones embotelladas, la condición que me mantenía atada a un estilo de vida adictivo. Entonces por los siguientes dos años ella me enseñó, asesoró y disciplinó con compasión y “con amor arduo” que yo necesitaba en ese momento.
En julio de 1990 mis deseos por una relación lesbiana se hizo de nuevo más fuerte y una tremenda ira prevalecía en mi vida. En aquel tiempo me dieron el número de teléfono del ministerio L.I.F.E., un ministerio que asesora personas con adicciones, predominantemente la homosexualidad. La condición que atrae a alguien a problemas de la vida que lo controlan como las drogas, el alcohol, la comida, la pornografía, el juego etc., es la misma que los atrae a la homosexualidad.
Yo no quería llamar porque tenía miedo y sentía vergüenza. Pero mi única opción era llamar o vivir con esta frustración e ira. Entonces llamé y empecé a asistir a reuniones y a recibir asesoria de Joanne. La gran esperanza de Jesucristo de librarme completamente no solamente de mi comportamiento de adicción sino también de la condición, estaba haciéndose una realidad.
Viendo el amor incondicional de Jesus a través de muchos en el ministerio y a través de la asesoría, la oración, liberación y de llenar un diario, yo empecé a experimentar el poder de liberación de Dios, preparando el terreno de tal manera que la semilla de Su verdad pudiera tomar raíces en buena tierra. Yo estaba llegando a ese lugar de total libertad, de Egipto a través del desierto hacia la Tierra Prometida.
No tenía que contentarme ya más con algo de segunda mano, pero Dios Todopoderoso me estaba limpiando de mi pasado. Él estaba desocupando ese estanque de emociones impías; la rabia, la ira, el odio, el miedo, el dolor, la soledad, etc., renovando mi mente y llenando los muchos vacios, con Su verdad, amor e intimidad con Jesús y Dios el Padre a través de Su precioso Espíritu Santo.
Algunas de las raíces lesbianas en las que tuve que mejorar eran: cuando niña tuve que tener contacto sexual con una niña joven buscando consolación; el deseo interior de complacer a una mujer; una privación maternal; un concepto falso de Dios en el que Él me llevaría muy lejos y luego me dejaría caer.
Yo me sentía así porque mi experiencia era que los hombres me querrían hasta cierto punto y luego me abandonarían o dejarían de quererme. Yo también sentía que Dios haría lo mismo porque cuando yo me entregaba a Él, después de un desliz, después de dos semanas yo tendría otra crisis nerviosa. Por consiguiente yo sentía que Dios también me abandonaría después de un tiempo. Es un sentimiento muy agradable hoy en día ser libre de las mentiras y no sentir atracción a las mujeres en absoluto. “¡Nada es muy dificil para Dios!”
A medida que pasé a través del proceso de liberación, se encontraban enterradas dentro de mí capas de crisis nerviosas. Fueron las emociones y los pensamientos más fuertes e intensos. Tuve que limpiar las emociones y romper a través del poder demoniaco que estaba guardado durante las crisis nerviosas. La frase, “el pasado enterrado en vida” es apropiada.
Estos son los temas que continúan afectando las vidas de las personas hoy en día. Yo me sentía empujada o controlada por ello, indicando poderes demoniacos por los que tuve que orar para sacarlos de mí. Yo me volvería una persona diferente por el conflicto de servir y amar a Dios mientras que al mismo tiempo odiando a Dios y siendo rebelde por creer en las mentiras. Yo tenía una ira tremenda, me odiaba, sentía miedo, soledad, y autorechazo durante el tiempo que yo elaboré las crisis nerviosas.
Era como un comportamiento aislado que necesitaba limpiarse. Yo luché al máximo cuando sufrí esta experiencia. Los dos contrastes de bueno y diabólico, de Dios y Satanas chocaron de frente. Yo sé que esto era lo que me producía la crisis nerviosa. Estando en el pecado y en una rebeldía tan profunda y por tanto tiempo y luego el estar bien con Dios, en forma literal de la noche a la mañana, produjo el conflicto espiritual.
Me tomó dos años para recuperarme de las últimas tres crisis nerviosas. Estoy tan agradecida con Dios por los milagros que Él ha hecho en mi vida. Yo no podría ser lo que soy, o estar donde estoy hoy en día sino fuera por las crisis nerviosas. Estas eran necesarias para convencerme de poner mi vida en orden. Lo que Satanás pretendió para mal Dios lo utilizó para el bien, y para Su gloria, debo agregar.
Cuando me comparo con otros que han tenido serias crisis nerviosas, veo que ellas no se recuperan totalmente. Yo fuí diagnosticada primero con esquizofrenia, en segundo lugar, como maníaco depresiva, y en tercer lugar, como bipolar, un imbalance químico. Me dijeron que tendría esta “enfermedad” y que debería tomar litio el resto de mi vida y que no había cura, pero desde mayo de 1991 he estado completamente sin medicina. Le doy gracias a Dios por la medicina que necesité en esa época.
Estoy más agradecida que como Cristianos no necesitamos de la sabiduría del hombre solamente. Los problemas FUERON emocionales, mentales, de relaciones interpersonales y espirituales. Más grande es Dios y Su sabiduría, asesoría y poder que resucitó a Jesús de la muerte lo cual residen en mi espíritu, que el que está en el mundo. Yo estoy ahora atada a Jesucristo, la Roca sólida. Mi mente está clara y fuerte como nunca. Ha sido renovada por la Verdad a través del poder en Su sangre. ¡Tengo la mente de Cristo!
Su Verdad, mi arrepentimiento, recibiendo perdón, una relación íntima con el Señor, Su purificación y abastecimiento y Su poder de librarme de las opresiones demoníacas después del cual Dios da una nueva vida y libertad del pasado, resultó en una vida de real alegría interna, paz y amor por parte de nuestro Padre Celestial. No tengo compulsión a comportarme o pensar en la forma pasada.
La adicción NO es una “enfermedad”, es idolatría. Los Cristianos no tienen que estar en “recuperación” por el resto de sus vidas! Jesús con seguridad puede liberar a una persona completamente. ¡Aleluya! ¡Esto es amor! Lo que Dios deseó para Su creación desde el principio. Intimidad con el Padre a través de Su Hijo Jesucristo siendo dirigida por Su Espíritu Santo. Reflejando Su amor a través de nosotros hacia las personas perdidas para que ellas también busquen al Señor.
Sentí un llamado al ministerio un mes después de que yo me entregué al Señor en 1987. Poco me imaginaba la transformación que Dios iba a hacer en los años venideros. Su llamado se hizo profundo y más claro para el ministerio a los muchos que están cautivos al sufrimiento de sus emociones, que los mantiene en un mundo de adicciones, para guiarlos con la verdad de Dios, asesoría, fidelidad, sabiduría y un amor sin condiciones hacia una vida nueva con una libertad completa y una relación íntima con Jesucristo.
Es el poder redentor de Dios que me obliga a compartir lo que Él ha hecho en mi vida y que puede hacer por otros y ser Su farol cuando se acumulan vidas tormentosas y el fin de este mundo se acerca. Esto me permite formar una parte efectiva de la gran comisión de Dios.
Con esta esperanza y realidad he sido guiada de tiempo completo para el ministerio L.I.F.E. con Ron y Joanne Highley asesorando y organizando la oficina desde noviembre de 1991. Yo estoy aprendiendo y creciendo mucho a través de la verdad de Dios, asesoría y amor.
Es un gran honor y privilegio servir a mi Señor. También estoy comprometida para casarme y en espera de los planes de Dios en mi vida y en mi futura familia. Los pecados generacionales terminan aquí. ¡Gloria a Dios! Yo estoy para siempre bendecida y agradecida por todo lo que Dios ha hecho y lo que significa para mí. “Y a Aquél que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él seagloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efesios 3: 20, 21 – Versión Reina -Valera 1995) Toda la gloria al Señor, Susan E. Kerkhoff 5